Con los acontecimientos de los últimos días, todos andamos con una parte de nuestra cabeza y de nuestro corazón en este país que tanto está sufriendo: Japón.
A lo largo de la historia hemos tenido informaciones y percepciones diferentes del pueblo japonés, todo depende del lado desde el que se miran las cosas... pero este desastre nos ha unido a todos en un sentimiento de solidaridad, de preocupación, de pena, de compasión...
Yo no hago más que acordarme de los japoneses que he tenido ocasión de conocer. Una japonesa muy simpática que vino a Zaragoza coincidiendo con las Fiestas del Pilar y quedó impresionada de ver las charangas, los cabezudos, los bares de vinos y tapas...
Pero sobre todo me acuerdo de un grupo con los que me tocó compartir unos días de visita de carácter educativo a varios centros docentes y también una cena de despedida inolvidable.
¿Qué habrá sido de ellos? ¿Estarán bien? La mayoría eran de Niigata.
Nos demostraron ser personas cariñosas, entrañables, cultas y por supuesto, muy educadas...Nos impresionaron sus ganas de aprender, de dibujar, de apuntar, de preguntar sobre todo lo que aquí hacíamos...
Nos ofrecieron una muestra de lo mejor de su cultura y tradiciones a la vez que se preocuparon y prepararon concienzudamente aspectos de la nuestra, ya que hasta canciones de nuestro folklore se habían aprendido para cantarnos...
Guardo una caja llena de recuerdos. La guardé tan alta, porque mis hijos eran muy pequeños, que sólo muy de vez en cuando la bajo para mirar su contenido. Aprendimos origami con unos papeles maravillosos que nos regalaron, pero con todo el cuidado del mundo para que nada se deteriore. Ahí están también mis grullas.
Como este blog es mi memoria, dejo constancia de que nos impresionó su gratitud y su delicadeza. Cuando coincido con personas que también estuvieron allí, recordamos aquellos días, pero sobre todo la cena de despedida. Con cuatro palabras de inglés, otras cuatro de español y no sé si dos o tres de japonés, llegamos a establecer una comunicación entrañable.
No puedo evitar emocionarme cuando veo la foto de los hijos que uno de ellos se empeñó en dejarme. Espero, de verdad, que estén bien. Y si ha ocurrido lo peor, espero que nos hayan dejado sin sufrimiento.
Nuestro corazón está con ellos.